martes, 19 de mayo de 2009

En Zacatecas, fuego vs. fuego… Golpe a la Sedena…

JORGE ALEJANDRO MEDELLÍN

La fuga de 53 reclusos de alta peligrosidad ocurrida el pasado sábado 16 de mayo en el penal de Cieneguillas, en el estado de Zacatecas, constituye un severo golpe del crimen organizado no solo a las fuerzas armadas, sino también al gobierno mexicano.


Una vez más, las estructuras de inteligencia civil y militar fallaron en sus misiones al mostrarse incapaces de armar escenarios y proyecciones sobre la paulatina reclusión de integrantes del crimen organizado en prisiones de muy bajo perfil y raquíticos controles de seguridad.

Ni el Centro de Investigación y Seguridad Nacional ICISEN) ni el Centro de Inteligencia Antinarcóticos (CIAN) o las secciones Segunda (Inteligencia) y Séptima (Operaciones Contra el Narcotráfico) o la Secretaría de Seguridad Pública Federal (SSPF) con su flamante equipo de especialistas castrenses fueron capaces de advertir que algo así sucedería, sobre todo en un sitio como el Centro de Readaptación Social (CERESO) de Cieneguillas, más parecido a una granja de rehabilitación que a una cárcel.

Hasta antes de la operación de rescate de los 53 reclusos, el CERESO contaba con una población 771 internos (para un límite de 724) en el que prácticamente la mitad de sus ocupantes estaban presos por delitos del fuero federal, especialmente por narcotráfico (en la modalidad de transporte en trailers), acopio de armas, delincuencia organizada y homicidio.

Paulatinamente comenzaron a ser enviados por jueces federales de Zacatecas grupos de sicarios y operadores del cartel del Golfo, detenidos en operativos antidroga efectuados en los últimos tres años en el norte del país.

LA VIDA LENTA

Así, creció la población en el CERESO hasta llegar a 387 internos con delitos del fuero común y 384 del fuero federal, destacando de este grupo los relacionados con el narcotráfico. En Cieneguillas llegó a haber también reclusos desertores del Ejército (uno de ellos con el grado de Coronel) que pilotearon aeronaves para organizaciones criminales.

Este abanico, este coctail explosivo nunca fue ameritó un seguimiento por parte del gobierno federal, pese a que hubo advertencias de la gobernadora zacatecana Amalia García –a todas luces insuficientes– sobre la saturación y naturaleza de los reos de ese lugar.

El perfil de seguridad de Cieneguillas comenzó a desmoronarse meses después de la llegada de gobernadora perredista al poder, en 2005.

Nunca fue un secreto para propios y extraños la forma en que se daba el abasto de droga al interior del penal, ya sea mediante pequeños embarques de cocaína o mariguana disfrazada en alimentos los días de visita, o bien en los aparatos electrónicos que los familiares llevan a sus reclusos.

Alimentos, ropa y aparatos son revisados siempre por los custodios y sus jefes a manera de eufemístico “control” de aduanas. Las visitas son revisadas en ocho accesos cerrados (cuatro y cuatro).

Tres filtros más colocados en dos pasillos cortos en los que se revisan los sellos de agua y tinta colocados en los antebrazos, son el preámbulo de la última reja que se abre para dejar ver al frente y abajo a la izquierda uno de los restaurantes alquilados por los jefes del penal a quien deseé explotarlo y sacar algo del minúsculo comedor con sus mesas y sillas de plástico.

A la izquierda del complejo hay una cancha de futbol; a la derecha, canchas de basquetbol, planchas de concreto convertidas en parque de diversiones para los niños y niñas que van de visita. Motonetas y cochecitos de batería y algunos de madera entretienen por unos cuantos pesos a los pequeños.

Frente a ellos están dos secciones de comedores y misceláneas que venden de todo. Al fondo, más allá de las canchas de basquetbol, están los baños y junto a los comedores y tiendas está la capilla al aire libre. Cruzando la explanada aparecen los “cañones”, los helados y antihigiénicos dormitorios de los internos.
En algunos de ellos se ubican los talleres en los que se hace carpintería, pintura, repujado y sobre todo el piteado de cinturones y sillas de montar que a algunos les deja buen dinero y sobre todo muy buenas relaciones.

FUEGO AL FUEGO

En medio de esa parafernalia de la vida ruda, de la vida narca, decenas de internos alelados por la droga montan guardia en la entrada, al pie de las escaleras para llevarse unos pesos por ir a buscar al familiar visitado. Toda la lana es para la droga allá adentro.

A ese mundo que transcurría lento y pesado en tiempos de sequía, e implacable y quebradizo en el invierno, llegaron poco a poco los sicarios y operadores del Golfo.

Luego, ente el 2004, aparecieron las visitas extrañas y frecuentes; las Hummer H2 de amarillo chillante y placas de Texas que iban y venían los sábados y domingos por la carretera desde Fresnillo y a veces desde la capital del estado.

Después comenzaron los traslados fuera de tiempo a juzgados y revisiones fuera de Cieneguillas, y con ellos empezaron las desapariciones de reos que se esfumaban en el aire.

No tardó mucho en darse la detención de custodios y jefes y funcionarios mayores que acabaron bajo proceso allí mismo, pero lejos de la población general. Nadie les iba a garantizar la vida si los mandaban a los cañones con la gente a la que mandaron detener.

De todo este panorama, el gobierno federal parece no haber logrado ningún aprendizaje.

Lo más grave de todo esto sea quizá no tanto la fuga de los Zetas, sino la facilidad del operativo, el descuido, la falta de controles, de mecanismos de seguridad, de inteligencia y de evaluación de escenarios de riesgo que hoy tienen al gobierno panista de Felipe Calderón, y al perredista de Amalia García, tratando de asimilar un golpe certero y potente del crimen organizado que rebasa los logros militares y civiles alcanzados hace unas semanas y meses con las detenciones de notables hijos de narcotraficantes y el aseguramiento de más de un centenar de narco laboratorios en Michoacán.

Sin disparar un solo tiro, apoyados por un helicóptero, equipados con radios encriptados y con base en un trabajo coordinado que se ensayó una y otra vez, los Zetas terminaron por exhibir otra vez a un gobierno que además de carecer de una estrategia clara contra el narco, ahora muestra las fracturas severas y las limitaciones operativas y de coordinación de sus organismos de inteligencia.

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